19 octubre 2005

UNA FAMILIA ORGÁNICA

UNA FAMILIA MUY ORGÁNICA


Tempranito me fui a comprar pollo fresco para comer hoy. Con tanto cariño que le he tomado al pollo desde que la nutrióloga nos atiborra en el menú con pollo en la mañana, a mediodía y en la noche (¿verdad tú pollo arrugado?) Tanto que hasta mis hijos llegan de la escuela y directito les da por hablarle a la tía, a la vecina o a los amigos para ver si alguien se apiada de ellos y los invita a comer a este par de ingratos.

Pero qué heladera ahí, tienes que ir con chamarra de astronauta porque te congelas, y de repente sale un hombre vestido de enfermero pero de plástico, y le pido unas pechugas aplanadas, sin pellejo y de preferencia muy frescas.

El hombre que estaba concentrado en lo que hacía, mientras levantaba ese cuchillo filoso que podría cortar un cabello en dos, esbozó una sonrisa de Monalisa, de esas de media asta que si Leonardo Da Vinci lo hubiera visto, seguro en plena pollería le hubiera plantado un lienzo para que el hombre le posara.

Llegué a la casa a preparar todo y cuando estaba sazonando las piezas de pollo se me venía a la mente la sonrisa del hombre este. ¡Dios de mi vida! ¿Se dan cuenta? ¿Por qué pedimos imposibles? Si Dios nos da a las mujeres pechugas, a qué va una a pedir que te las aplanen si luego ahí anda una gastando fortunas para ponerlas en su lugar.

Y de ahí que me pusiera a pensar la de veces que este señor ha de revolcarse de risa bajo el cubre bocas que a veces usa, cuando le piden las señoras que si les da un muslo, o que si una piernita, que si sabe mejor el caldo ¡Dios nos amapare con el degenerado este!

Por eso ya les dije a todos en esta casa que desde mañana a comer verduras, dejaremos el pollo que descanse en santa paz, porque de hoy en adelante seremos vegetarianos aunque nos veamos pálidos, pero con el orgullo de un 36 B muy en alto.



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