22 febrero 2005

INSOMNIOS A LA CARTA





Cuando abrí la puerta del refrigerador escuché un murmullo. Me detuve y fruncí el entrecejo (no sé porqué muchos solemos hacer eso, como si en la ceja tuviéramos un botón capaz de moderar los sonidos), de pronto escuché una plática, me agaché siguiendo el hilo de aquella voz. La lucesita del refrigerador prendía intermitentemente y de pronto me pareció hasta escuchar una música pop que provenía del fondo de la rejilla.

Abrí el cajón y me encontré con que ¡las verduras estaban de fiesta! Cerré la puerta del refrigerador segura de que mis visiones eran consecuencia del insomnio que me persigue todas las noches.

Volví a abrir la puerta y alcancé a ver a una calabaza muy sexy, ¡válgame dios! llevaba tal escote que hasta las semillas se le veían. Clarito ví como se le insinuaba al jitomate, tanto que hasta el pobre ya había perdido su color amarilloso de ayer, y parecía haber conjugado toda la escala de rojos.

Cerré el cajón y me hice la disimulada, -Mañana haré entomatado! - pensé, imaginando el suculento saborsito jito-calabazoso que tendría.

Cuando llegaron los niños de la escuela se sentaron a la mesa. Como siempre, les serví a cada quien su plato esperando que pellizcaran la comida mañosamente y dijeran "Ma, ya me llené!" Pero para mi sorpresa se terminaron todo, dejando constancia de su aprobación pasándo el dedo sobre el plato para lamerlo después con cara de éxtasis.

Al día siguiente fuí de nuevo a la misma trasnochada hora a abrir la puerta del refrigerador aprovechando otra vez mi mentado insomnio para pensar qué hacer de comer, cuando abrí la puerta antes que nada volví a usar mi aparato modulador de sonidos pero no se escuchaba nada y la luz estaba estable, parecía estar todo en calma.

Inspeccionando de arriba a abajo y casi a punto de cerrar la puerta alcancé a escuchar -Heyyy! ¡Qué milanesas que nos bisteces! - Así me saludaba desde la rejilla de arriba un paquete de carne que estaba envuelto en papel transparente.

Les hice de comer unas milanesas y por única vez en la historia de esta familia, mi hija no se quejó de que si estaba dura, que si estaba muy dorada,....¡nada! Comieron todo terminando con la ceremonia del dedo-lamido.


Lo que es que el día que terminen mis insomnios, volveremos a ser clientes frecuentes del Mc Donald's.


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